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AP Derechos de autor Un cuadro de Cristóbal Colón pintado por Sebastiano del Piombo, el 19 de septiembre de 1943 en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. No se conoce ningún retrato de Colón de la vida real, pero hay cinco tipos estándar de los que éste es uno.
Derechos de autor Un cuadro de Cristóbal Colón pintado por Sebastiano del Piombo, el 19 de septiembre de 1943 en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. No se conoce ningún retrato de Colón de la vida real, pero hay cinco tipos estándar de los que éste es uno.
Derechos de autor Un cuadro de Cristóbal Colón pintado por Sebastiano del Piombo, el 19 de septiembre de 1943 en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. No se conoce ningún retrato de Colón de la vida real, pero hay cinco tipos estándar de los que éste es uno.

1491: el libro que dibuja la América próspera antes del “doble” genocidio de la conquista

Por Oscar Valero
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Ni los indígenas eran una sociedad atrasada ni los europeos ganaron por su superioridad armamentista: las mentiras de la conquista que enumera el libro '1491', y el genocidio que muchos historiadores intentaron ocultar.

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El verano de 1492 fue el último antes del radical choque de civilizaciones que supuso la llegada de las expediciones europeas al continente. Para los europeos, y en especial para los que se embarcaban en esas “misiones pacificadoras” como las llamaba el rey español Felipe II, fue una oportunidad de enriquecerse y medrar. Para los pueblos e imperios que habitaban esas tierras fue, al cabo, un auténtico desastre.

Cómo la llegada europea a América supuso la demolición de culturas asentadas y avanzadas se puede contemplar en todo su terrible esplendor en 1491, del autor estadounidense Charles C. Mann, republicado en español por Capitán Swing.

Mann aborda cómo desde el norte al sur de América los indicios arqueológicos demuestran que en 1491 los habitantes, desde los nómadas a los imperios urbanos, vivían unos ciclos de esplendor y decadencia, de crecimiento y sustitución, similares a los que se vivían en Europa, algo que la llegada de los españoles, y después ingleses y ses, desbarató para siempre.

¿Genocidio en América?

Conforme la perspectiva eurocéntrica de la conquista deja paso a un estudio más plural, el debate sobre si la conquista supuso un “genocidio” se plantea con cada vez más fuerza. Los defensores de la “leyenda negra” o de las “ventajas” de la conquista para con los nativos se oponen a aquellos que exigen un estudio más riguroso de cuánta gente pereció directa o indirectamente por la ocupación europea.

Los europeos creían que las enfermedades eran un castigo divino.

Charles C. Mann cuenta a Euronews que “el concepto de genocidio tiene dos vertientes, la popular y la técnica”, siendo esta última la definición que da la ONU. “Si tenemos en cuenta la última, está claro que hubo genocidio, porque el desplazamiento de poblaciones de menores de edad desde su lugar natal a centros de educación religiosa se dio por toda América”. El papa Francisco viajó recientemente a Canadá para pedir perdón por las acciones de la Iglesia católica en la reeducación forzosa de centenares de niños inuit.

La definición popular, la que relaciona genocidio como la muerte de un numero ingente de nativos, también se ajusta, aunque sea inexacta. En 1491 Mann describe en detalle como la mayor matanza de americanos se dio por enfermedades más que por la acción épica de los ejércitos. 

Los primeros os comerciales con los nativos dio lugar a la expansión de enfermedades como la viruela y la hepatitis, que dado el desconocimiento del siglo XVI del funcionamiento de los virus, dio como resultado poblaciones diezmadas desde los incas a los mexicas, pasando por los clanes indios del actual Estados Unidos. Los europeos también creían que las enfermedades eran un castigo divino, algo que encajaba además con su visión del mundo, ya que la mayor parte de ellos estaban inmunizados. Estas enfermedades recorrían Europa, África y Asia desde hacía siglos.

Los europeos fueron culpables de un 'genocidio' bacteriológico, pero no 'responsables'.
Charles C. Mann
Autor del libro '1491'.

Es decir que los europeos fueron culpables de un “genocidio” bacteriológico, pero no “responsables” porque no lo usaron conscientemente. Para cuando los conquistadores Cortés y Pizarro comenzaron sus campañas, los grandes imperios habían sufrido una auténtica plaga que les había hecho perder hasta el 80 % de la población en muchos lugares. Precisamente el alto nivel de civilización e intercambio comercial en los imperios americanos jugó en contra de la expansión de las enfermedades, que llegaron hasta el último rincón, paradójicamente gracias a su desarrollo tecnológico.

Ni acomplejados, ni sorprendidos

Cuenta Mann que los americanos se sorprendían de la bravuconería de los europeos cuando presumían de su superioridad. Si tan bien se estaba en Europa, ¿por qué recorrían el largo camino hacia América en busca de riqueza?

Lo cierto es que en 1491 queda reflejado perfectamente que los imperios americanos habían recorrido caminos similares. Para Mann “no tiene sentido” comparar qué civilización era mejor.

Los europeos se sorprendieron de que hubiera un continente 'nuevo' y habitado, pero no a los americanos: en su teología no se concebía, por ser demasiado ilógico, que ellos estuvieran “solos” en el universo.

Los incas, un ejemplo que hace revolverse en el sillón a los conservadores latinoamericanos por su sistema de economía planificada, erradicaron el hambre gracias al dominio de cultivos que en Europa salvarían a miles de personas, como la patata o el maíz (cuenta con orgullo el poco sospechoso de antiliberal Mario Vargas Llosa). Sin embargo, en América la rueda no se usó nunca para el transporte, sino solamente para los juegos de los niños. Pero sí se usaba el cero siglos antes de que en Europa dejara de estar prohibido: lo estuvo por razones teológicas…

Aún así, apunta Mann, “aunque las civilizaciones americanas hubieran sido menos desarrolladas, no habría tampoco justificación para apoderarse de sus territorios y recursos”.

Foto tomada en Ciudad de México por Eduardo Verdugo (AP)
Un mural que conmemora el encuentro entre el conquistador español Hernán Cortés y el emperador azteca Moctezuma. El imperio azteca cayó después de un asedio hace 500 años.Foto tomada en Ciudad de México por Eduardo Verdugo (AP)

Merece la pena destacar dos de los ejemplos entre las decenas que destaca 1491. El primero es que los europeos se sorprendieron de que hubiera un continente “nuevo” y habitado, pero no a los americanos: en su teología no se concebía, por ser demasiado ilógico, que ellos estuvieran “solos” en el universo. La llegada europea fue inesperada, pero fue coherente con su cosmovisión.

Y segundo sobre el mito de las pistolas y los caballos. Es verdad que la pirotecnia de las pistolas asustó al principio, pero una pistola del siglo XVI era como mucho de igual de letal que una flecha. Lo mismo los caballos, que eran desconocidos, pero que son útiles en batalla abierta, y una carga en la lucha en la selva.

La conclusión de 1491 es que hubo muy poco de épica en la conquista y mucho de azar y de reescritura de la Historia oficial.

Contra el mito adánico de los pueblos originarios

Tampoco el libro de Mann deja contentos a los que buscan para su construcción nacional y política una especie de ancestral con los pueblos originarios, como describe el autor Carlos Granés, que vivían en total simbiosis con la naturaleza sin modificarla. O pueblos que vivían sin conflictos en armonía.

Durante los milenios que precedieron a la llegada de los europeos, los americanos construyeron y destruyeron imperios, se revolucionaron, exterminaron a pueblos vecinos, fueron exterminados, y modificaron su entorno en ocasiones hasta agotar los recursos de la zona, lo que les hacía entrar en decadencia y desaparecer. Algo que también pasaba en Europa.

Los europeos jamás llegaron a ver esto en su máximo esplendor porque cuando se adentraron con intenciones de conquista la enfermedad se había llevado por delante a muchos, y lo que vieron les pareció pura decadencia.

En 1491 Charles C. Mann nos ofrece un retrato que permite al ojo europeo, aunque también al americano, un retrato fiel gracias a las investigaciones incansables de los arqueólogos de cómo era América antes de la llegada de los europeos, lo que permite corregir, con que sea un poco, siglos de distorsión en el único relato dominante: el de los conquistadores.

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