Grupos de toda Europa están convocando una jornada de protestas contra el turismo en junio, presagiando otro verano de disturbios. Pero también se puede viajar de otro modo: aquí, algunas ideas.
Antes de visitar Barcelona en marzo, leí los titulares con una saludable mezcla de escepticismo y preocupación ya que anunciaban: "Turistas rociados con pistolas de agua. Los barceloneses gritan: '¡Los turistas a casa! Más protestas previstas'".
La imagen que tenía era la de un pueblo harto de la economía del ir y venir. Y no había escapatoria: mi presencia podía contribuir al problema. Viajaba para correr el maratón de la ciudad -uno de sus mayores acontecimientos internacionales- y me pregunté si no habría elegido el momento equivocado. Como suele ocurrir, la realidad tenía más matices.
Los grandes acontecimientos generan mucho dinero, pero también mucho público
Las maratones internacionales son un gran negocio. Según su patrocinador principal, Bank of America, el Maratón de Chicago de 2022 generó unos 340 millones de euros, creó casi 3.000 puestos de trabajo e inyectó 145 millones de euros en la economía local.
La Maratón de Barcelona no tiene esa magnitud, pero aun así 27.000 personas se inscribieron en la carrera de marzo, 7.000 más que nunca antes. Es aproximadamente el número de personas que transportarían nueve cruceros a plena capacidad.
¿Se resentiría la ciudad ante otra afluencia de visitantes deseosos de perderse por el Barrio Gótico, maravillarse con las obras maestras de Gaudí y darse un festín en los mercadillos? En absoluto. No me recibieron con pistolas de agua -aunque habrían sido bienvenidas en algunos puntos del recorrido de 42 kilómetros-, sino con gritos de ánimo.
Miles de vecinos se agolpaban en las calles. La energía era eléctrica. La ciudad se sentía orgullosa. Nada de esto fue una sorpresa. Los maratones aún no se han convertido en blanco de los manifestantes contra el turismo, si bien el turismo de maratones va en aumento. Aun así, la tensión es real, y los efectos de la masificación no son difíciles de detectar.
Por qué algunos barceloneses están llegando al límite
Barcelona es una de las ciudades más visitadas de Europa. Más de 12 millones de personas la visitan cada año, y unos cinco millones se dirigen al Park Güell y la Sagrada Familia. La presión sobre estos lugares -y sobre la gente que vive cerca- es inmensa.
Sin embargo, el turismo representa más de 125.000 puestos de trabajo y casi el 15% de la economía de la ciudad. Para muchos lugareños, no se trata de prohibir el turismo. Se trata de encontrar un equilibrio sostenible.
"Barcelona es una ciudad mucho más tranquila, segura y acogedora de lo que se dice, pero a veces prestamos más atención a acontecimientos aislados que hacen mucho ruido", afirma Jordi Luque Sanz, barcelonés , escritor gastronómico y agregado culinario senior de Bon Vivant Communications, empresa que gestiona chefs y restaurantes de alta gama en todo el mundo.
"Dicho esto, no negaré que el turismo ha crecido enormemente en los últimos años, que carecemos de un modelo adecuado porque ningún Gobierno se ha interesado en desarrollarlo seriamente y que algunas zonas están muy masificadas".
Durante mi viaje, destinos tan señalados como La Rambla y la Sagrada Familia estaban abarrotados, a pesar del tiempo gris, húmedo e impredecible. En un restaurante vi cómo un camarero -con la paciencia de un santo- rechazaba una y otra vez a comensales que habían ignorado el cartel de "sólo con reserva" y entraban a pedir mesa, siempre en inglés.
En el Park Güell, los visitantes confusos, que no sabían que tenían que reservar las entradas por internet, se encontraban con trabajadores exasperados. Allí, oí a un empleado exclamar a una pareja hispanohablante: "¡Qué milagro oír hablar español en este sitio!".
Los cruceros y los alquileres de corta duración, a examen
Gran parte de la tensión proviene de la forma en que la gente visita la ciudad. Entre los puntos más conflictivos están los alquileres de corta duración y el turismo de cruceros. Muchos apartamentos se han convertido enAirbnbs, un asunto que está generando graves problemas en la vivienda en España dejando fuera de juego a los locales y convirtiendo calles antes tranquilas en zonas de fiesta.
"Aquí no tenemos suburbios", dice Ann-Marie Brannigan, una expatriada irlandesa y cofundadora de Runner Bean Tours que lleva casi 20 años viviendo en Barcelona. "Hay gente que no sabe mucho de barrios ni de vivir en pisos. A mí me costó años acostumbrarme".
Brannigan dice que muchos turistas suelen sentarse en balcones o terrazas a beber y hablar mucho después de medianoche, un tabú en las comunidades barcelonesas. "Si quieres divertirte y salir de fiesta, debes ir a zonas donde haya discotecas", aconseja Ann-Marie.
Mientras tanto, los cruceros descargan miles de turistas que rara vez permanecen el tiempo suficiente para contribuir significativamente a la economía local. El pasado mes de mayo, el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, advirtió de que el volumen de viajeros de corta duración estaba saturando las zonas populares y abarrotando el transporte público. "Estamos llegando a un límite y tenemos que poner un tope [a los visitantes de un día]", afirmó.
El coste cultural es igual de preocupante. Los residentes de toda la vida están viendo cómo su ciudad cambia a medida que los bares, restaurantes y mercados de barrio históricos se renuevan para adaptarse a los gustos de una multitud de transeúntes, y las tiendas cutres ocupan ahora edificios históricos en El Born y el Barrio Gótico.
Lo que los viajeros pueden hacer de forma diferente
Más allá de las grandes atracciones, sin embargo, sigue existiendo una Barcelona menos saturada y más gratificante. El Recinto Modernista de Sant Pau ofrece una visión extraordinaria de este movimiento artístico en Barcelona con una fracción de las multitudes de la Sagrada Familia, justo al final de la calle.
Pequeñas cafeterías como Dalston y Sip combinan el grano tostado local con un servicio amable. Lugares menos frecuentados, como el histórico Mercat de Sant Antoni y el favorito de los pintxos -aperitivo típico vasco-, Quimtet & Quimtet (con sólo mesas de pie), ofrecen antídotos contra los lugares más concurridos. Este es el tipo de experiencias que expertos como Luque sugieren buscar.
"Los grandes monumentos -la Sagrada Familia, la Casa Batlló, el Museo Picasso- son fabulosos, pero merece la pena intentar conocer otros lugares, como los barrios de Poble Nou o Sants, donde todo es mucho más real", dice Luque.
Luque recomienda mercados locales como el Mercat del Ninot y el Mercat de Galvany por encima de la abarrotada Boqueria y anima a los viajeros a explorar rincones más tranquilos del Eixample, "no sólo a lo largo y alrededor del Paseo de Gracia, que es una calle maravillosa pero demasiado concurrida", advierte.
Dunnigan sugiere lugares como Montjuïc y Glòries si se quieren ver lados más locales -y pasados por alto- de la ciudad. "El cementerio de Montjuïc es absolutamente precioso, y nadie va allí", dice, destacando los mausoleos de estilo Art Nouveau construidos por los burgueses de la ciudad para sus seres queridos a principios del siglo XX.
Glòries, añade, ofrece una ventana a la arquitectura moderna de la ciudad, incluyendo lugares emblemáticos como el excelente Museo del Diseño de Barcelona y el Mercado de Encants. Y anima a visitar las fiestas populares en lugar de las grandes como La Mercè. "Todos los barrios celebran dos al año, con comida y sardanas", dice Brannigan. "Te darán una sensación mucho más local", asegura.
También ayuda conocer -y seguir- la etiqueta local. Luque tiene algunas sugerencias. No vayas sin camiseta, dice. Evita las payasadas en los barrios residenciales. ¿Beber en la calle? No está permitido. Y aprende algunas frases en catalán o castellano. "Un 'gràcies' por gracias o un 'hola' siempre ayudan, y una sonrisa abre muchas puertas", dice Luque.
¿Está Barcelona en una encrucijada?
En una reciente cumbre celebrada en la ciudad, la manifestante Elena Boschi hizo una aguda declaración a los medios de comunicación presentes: "Queremos que los turistas tengan cierto nivel de miedo ante la situación: sin miedo, no hay cambio". Sus palabras subrayan la creciente tensión entre una ciudad que depende del turismo pero lucha por gestionar su impacto, una tensión evidente para cualquiera que visite la ciudad.
El ambiente es más volátil que nunca: el 15 de junio, los manifestantes planean protestas en toda Europa, en Barcelona, Venecia, Lisboa y más allá. Pero también está claro que Barcelona no es vehementemente antiturística. Simplemente pide otro tipo de turista: uno que venga con curiosidad y escuche tanto como mira.